Entre 1918 y 1919 Marcel Duchamp pasó una temporada en Buenos Aires, ciudad en la que el ocio se le hizo carne. Todo lo que veo es mío, que llega a la cartelera argentina, se centra en esos días enigmáticos que el artista francés pasó a orillas del Río de la Plata.
La dupla que integran Mariano Galperín y Román Podolsky dirige Todo lo que veo es mío, una apuesta bella y audaz en el cine argentino. Filmada en blanco y negro y repleta de imágenes poéticas, la película es un homenaje hermoso a Marcel Duchamp y su estadía en Buenos Aires.
Tomando las cartas que el propio Duchamp (Michel Noher) envió a sus amigos desde la capital argentina, el filme ficcionaliza y reconstruye esos días enigmáticos y muy poco conocidos en la ciudad junto a Yvonne Chastel (Malena Sanchez), su pareja. Durante esos días en Buenos Aires, un espejismo de las capitales europeas, el ocio, la bohemia y, sobre todo, la imaginación, cobran vida. Son días en los que pareciera que el artista francés se dedica a no hacer nada, cuando a cada paso está creando en su cabeza. Al verlo jugar al ajedrez, bailar tango, travestirse o gozar en un menage a trois, el espectador entiende la inspiración del artista y se mete de lleno en su proceso creativo.
Con una fotografía impecable, la película privilegia lo visual, como si la cámara fuera los ojos de Duchamp. Por que todo lo que vemos es suyo, ahí está el logro de los directores: captar la mirada contemplativa del artista. Un artista que privilegió la vida creativa antes que el arte, que convirtió su vida en una obra de arte. Así, el filme logra con creces retratar, aunque sea en un período corto y casi olvidado, esa obra de arte.