La cantante y actriz se arroja en brazos de Beck para interpretar un repertorio en el que la hija del enorme Serge brilla como intérprete y su hábil secuaz se consolida como productor.
De un lado, la hija del autor por excelencia de la chanson, un género que hasta hace muy poco lideró las tendencias del revival de los años 60 más elegantes. Del otro, una de las mayores apariciones de los años 90, consolidado hoy como autor de discos impredecibles y también como productor. De un lado Charlotte Gainsbourg; del otro, nada menos que Beck.
Sin embargo, esta unión no es un romance de última hora ni una nueva pareja de celebridades, no. Se trata de una fructífera colaboración artística que dio como resultado un disco más que interesante: el flamante IRM. Como viejo y reconocido fan de los discos de Serge, debió haber sido difícil para Beck no caer en las tentaciones más obvias y así darse el gusto de rendirle tributo a su ídolo. Pero, como todo profesional, el blondo productor se dedicó más bien a crear un entorno musical que finalmente encuadra a la perfección en la impronta de Charlotte, que se suelta como nunca antes y aparece cómoda y volátil en su rol de cantante.
Claro que los guiños están, y se notan más que nunca en las sonoridades y arreglos de algunos temas. El más sintomático es Time For Assasins (también Vanities, aunque en menor medida) una canción preciosa que llevará al oyente directamente a aquellas canciones en las que Serge Gainsbourg hacía emerger su voz entre cuerdas y percusiones. Precisamente su impronta rítmica es lo que une a las canciones para hacerlas viajar en el tiempo.
El resto es igualmente estimulante, al punto de convertirse en un paso adelante en la evolución de Charlotte como intérprete, sobre todo después de aquel álbum algo tibio que la cantante grabó junto a Air, 5:55, en 2006. Que se repita.