El nuevo álbum de los ingleses propone varios cambios en su sonido, hasta aquí eminentemente electrónico. Pero a no alarmarse: su música continúa siendo irresistiblemente bailable.
Alexis Taylor y Joe Goddard fundaron Hot Chip en 2000, justo cuando el calendario señalaba el estreno del milenio y con ese cambio la música electrónica alcanzaba su cenit: después de una década de experimentaciones varias y de crecimiento underground (al menos en las vertientes más interesantes), el mundo finalmente se había acostumbrado a determinados sonidos que pocos años atrás eran considerados vanguardistas.
El incipiente dúo hizo las cosas rápido: apenas terminaron el colegio, se instalaron en una iglesia abandonada de la afueras de Londres y desde allí, entre videojuegos y comida chatarra, sentaron las bases de uno de los estandartes actuales de la canción digital.
Cuatro discos más tarde, y con el grupo ampliado a quinteto, es imposible quedarse quieto cuando empiezan a sonar las entusiastas pistas de One Life Stand, como también sucedía con sus dos últimos álbumes. Aunque la gran diferencia con respecto a sus anteriores entregas es que en este cuarto trabajo la cosa viene más variada que nunca, sobre todo con la presencia de dos baladas que obligan a bajar la marcha.
Sin embargo, lo más novedoso es su diversidad en la instrumentación: sin descuidar jamás la pista de baile, One Life Stand incluye ciertos sonidos acústicos (¡instrumentos reales en Hot Chip!) para alternarlos con su electrónica elegante y contagiosa de siempre.
Arriesgado, sí, pero igualmente efectivo.