Un médico sufre día a día por el dolor de sus pacientes, al punto de tener que hacerse cargo de cosas que no le corresponden. Gran guión, actuaciones magistrales. Para no dejar pasar.
Estamos, por supuesto, hablando de un drama, y de uno de esos que no se queda corto en su inmersión en las profundidades que decide abarcar: los males que aquejan a Diego, el protagonista de El mal ajeno, debut en largo de Óscar Santos, no le son del todo propios, porque su profesión es la de ser médico en una Unidad de dolor. Por lo tanto, la sucesión de situaciones angustiantes son ya una rutina en su vida diaria.
Sin embargo, el personaje interpretado por Eduardo Noriega toca fondo cuando un pariente de un paciente suyo comienza a culparlo de todo aquello que le pasa, incluso más allá de la medicina. Es en ese momento cuando la película consigue lo que pocas: transmitir la desazón que siente el personaje, logrando que el espectador se vea realmente afectado. Y lo más impresionante: lo hace intercalando buenas dosis de humor.
Dice Alejandro Amenábar, productor (e impulsor mediático) del filme: «El mal ajeno atiende a emociones muy, muy cercanas. Es una película sobre el dolor. No sólo sobre el dolor físico, también sobre el emocional. Es una película que transcurre en un hospital con enfermos terminales que se tienen que enfrentar al dolor de perder algo, de degenerar, etcétera. Fundamentalmente es un melodrama muy naturalista con un elemento fantástico».
El mal ajeno, en la que también participan Belén Rueda y Angie Cepeda, acaba de estrenarse.