El escritor chileno del que pocos saben pero todos hablan presenta un libro con sus mejores cuentos.
Es la historia real de una pasión que a pesar de los años jamás se extinguió: no hablamos de literatura sino del escritor en sí mismo, porque el chileno Marcelo Lillo comenzó a escribir a los quince años pero no materializó su sueño de dedicarse exclusivamente a la escritura hasta treinta y cinco años después –a sus cincuenta editó El fumador y otros relatos, que obtuvo el Premio del Círculo de Críticos de Arte para, un año después, dejarle paso a Gente que baila sola–.
Este año ofreció novedades por partida doble: por un lado publicó Este libro vale un cadáver, su primera novela; por otro, el volumen que nos ocupa: Cazadores, una jugosa recopilación de algunos de sus mejores cuentos, que aparecen aquí reunidos para dar a conocer fuera del país trasandino a uno de los escritores más enigmáticos entre sus contemporáneos –vive en Niebla, un pueblo al sur de Chile, y apenas asoma sus narices al mundo exterior–.
¿El Salinger chileno? Algo así. Aunque lo suyo, de tan original, no necesita compararse con nadie.