Y un buen día, uno de los popes de la música brasileña decidió dejar de lado su vocación política para volver a dedicarse de lleno a aquello que lo lanzó a la fama y le dio estatus de mito: la música.
Gilberto Gil fue, junto con Caetano Veloso, Rita Lee y Os Mutantes, uno de los referentes indiscutidos del Tropicalismo, aquel movimiento vanguardista y tradicionalista al mismo tiempo que le dio a la música latinoamericana su pasaporte internacional.
Luego se estableció como un solista con nombre propio, combinando ritmos del folclore brasileño con sonidos más internacionales y con especial predilección por el reggae. Sin embargo, sus inquietudes sociales consiguieron distraerlo de la música para insertarlo en el mapa político de su país: fue, durante años, Ministro de Cultura de Brasil.
Si bien mientras tanto continuó grabando discos, el flamante Fé na festa es su primer álbum tras su renuncia al cargo que lo tuvo ocupado en estos años. Dominado casi completamente por el forró —el ritmo bahiano que se impone en los caranavales—, se trata de un trabajo de canciones originales, todas escritas por Gil, salvo una, Marinha minha, compuesta y cedida por sus amigos João de Silva, Luiz Gonzaga, Targino Gordim y Eliezer Selton.
Alegría y más alegría para un músico que permaneció guardado por sus quehaceres políticos pero que nunca perdió la «fe en la fiesta», como bien lo indica el título de su nuevo y recomendable álbum.