Qué: disco (edita Warner)
Porque la cadencia tristona de las canciones y el timbre amargo de Rafael Berrio enganchan a la primera. Después de epatar a todo bicho viviente con aquél 1971 (editado en 2010) no sabes si estás ante un ser gardeliano que no eligió el tango, un Tom Waits sin carraspera, o el primo atormentado de Neil Hannon. La tristeza que emana de las historias propuestas por Berrio es algo bruja: no se sabe si reta al destino en una especie de exorcismo o simplemente se resigna a ver la vida con ojos mustios de realidad, tratando al mismo tiempo de darle un aire majestuoso a la fatalidad. Porque una canción como Las lindes del fin casi hace confortable la imagen del The End: esos arreglos de cuerda sobre el lagrimeo del piano son algo muy grande. Estos Diarios saben mejor a sorbos, eso sí: elenco de imágenes perturbadoras que toca adentro y encuentra rápidamente un hueco en el hipotálamo, con la idea de no volver a salir a cielo abierto. Ojo.