Qué: disco (edita Universal)
Porque este joven islandés nacido en Mosfellsbær, a las afueras de Reykiavik, es un músico poliédrico (estará, por cierto, en el próximo Sónar barcelonés) que se sirve de las notas para contar historias sin necesidad de usar palabras. Piano, cuerdas, base rítmica y electrónica pausada. En su nuevo álbum (el sexto enseis años), este antiguo batería de rock reafirma su gusto por el minimalismo, en contraste con sus apabullantes compatriotas Sigur Rós, para quienes abrió gira hace unos años. Se adentra –al igual que los geniales autores de Ágætis Byrjun– por un camino majestuoso a la hora de crear movimiento, pero deja espacios en blanco para la imaginación del oyente: no da todas las respuestas, prefiere proponer varias opciones. El uso de la melancolía, una constante en toda su obra, vuelve a presentar un doble filo: las notas lloran y mecen al mismo tiempo, creando ese extraño y confortable espacio de disfrute que genera la tristeza cuando se le llama con amabilidad. Porque además hay un mensaje escrito con zumo de limón entre las notas: siempre aparece la luz al final del túnel.