La primera novela del zaragozano Ricardo Vicente viene acompañada de un disco que se alimenta biunívocamente de la palabra escrita: un trabajo a medias entre el hiperrealismo y la ficción, una paradoja muy lógica.
Qué: Disco y libro (editan Marxophone y Bandàaparte)
Ricardo es otro de los muchos bardos zaragozanos que navegan con esquife y gallardía por el río de lava de la música. Es otro, no uno más: perteneció a Tachenko y La Costa Brava, ha girado a tres cabezas con Francisco Nixon y The New Raemon y saca ahora un libro (novela que narra las vicisitudes de la citada gira) que incluye un disco de once canciones. Hay algunas nuevas y otras rescatadas, como la deliciosa Langostas en el Nilo. La novela cuenta con las ilustraciones de Sebastián Otero y su prosa es coherente con la personalidad del autor: fresca, con cierta retranca (en zaragozano se dice somarda a ese humor puñetero) pero sin hiel, que no hace falta. Por sus páginas pasan infinidad de personajes reales e inventados, desde adivinos a jubilados, taxistas o camareras. Las canciones se corresponden con los capítulos de la novela; Vicente genera así una sinergia entre sonido y palabras que, aunque puede romperse y degustarse por separado, hace mucho más recomendable el consumo simultáneo (o trenzado, o a raticos) de ambas expresiones creativas. Cuando él dice cruelmente Era bello veros caer, suena bonito. Qué cosas.