Después de saborear las mieles del éxito planetario tras el boom producido por el single Lonely Boy, el dúo más explosivo de Nashville regresa con un nuevo disco que mezcla tradición con modernidad.
Qué: Disco (edita Nonesuch/Warner)
Aquellos más memoriosos seguramente lo recordarán. A finales de los años 90, con la ola imparable de la electrónica inundándolo todo, el rock'n'roll puro y duro tenía su sede en Jon Spencer Blues Explosion, el grupo del guitarrista estadounidense que izaba la bandera de la tradición, aunque con el grado de vanguardia y actualidad justas y precisas. Hoy ese lugar está ocupado por The Black Keys: el dúo con base en Nashville es la dosis de rock crudo que se permite cualquier aficionado a los sonidos de moda. Después de años de discos como Magic Poison, que llamaron la atención de la crítica, la expansión fue gracias a Lonely Boy, el hit planetario que hizo que su música se propague, como un virus, alrededor del mundo. Ahora es el turno de su nuevo y esperadísimo disco, y hay que decir que Fever, el primer single, tiene todo el potencial como para seguir con la racha. Porque no deja de ser rock, tampoco deja de ser The Black Keys, pero suena tan actual y potente como para no desentonar en ninguna radio de tendencias. El secreto está en el ritmo, esa materia que el dúo se especializó en dinamitar y que hoy convierte a su música en algo novedoso, haciendo lo mismo de siempre. El resto del álbum no se queda atrás: si bien lo suyo nunca fueron las grandes melodías, los diferentes climas y momentos que se proponen a lo largo de Turn Blue componen un viaje perfecto entre el pasado y el futuro.