Desde Granada con flow: Checopolaco se marca un disco de 24 quilates para celebrar su entrada en el club de los treintaytantos: por las diez piezas transitan referentes de lujo que no borran la notoria presencia de una voz y estilo propios.
Qué: Disco (edita EL Volcán)
Julián Méndez celebra este mes (la onomástica fue el pasado día 6, un día después que Cristiano Ronaldo, música diferente para celebrar) su entrada en la treintena. El modo elegido es un álbum deudor del espíritu beatle, tamizado por la aproximación naif que le caracteriza (centrada en el timbre vocal) y una introspección que va más allá de amores, desamores y la búsqueda de un lugar en el mundo. Los misiles, avance editado el año pasado junto a la instrumental Bieenn!!, es la más breve y certera de las historias aquí planteadas por el granadino, que no niega (ni lo pretende) el poso que ha dejado en su proyecto personal el roce y el cariño primigenio con el ente Lori Meyers o el icónico referente de su ciudad natal en las dos últimas décadas, Los Planetas, actualmente nutridos con el talento de Méndez al bajo. Granizo, otro de los himnos instantáneos, es una canción que mira fijamente a los ojos, pero hay sitio para otros pálpitos: Maldita catástrofe, por ejemplo, recoge el espíritu alegre y rabioso de las mejores piezas de Dave Grohl y sus Foo Fighters. Savia nueva, con esa intro a lo Husker Dü meets Weezer, es otro giro sorprendente que permite aventurar otro detalle de interés: los directos de Checopolaco son pantoneros, una gradación amable de colores y sabores que dejan un retrogusto dulce en el paladar.