Y ahora es cuando toca alucinar en colores. También es el turno de arrepentirse por un montón de sentencias lanzadas en tertulias literarias o pausas del café en seminarios para autómatas. Lo experimental nunca fue cuestión de formato. El chileno Alejandro Zambra lo demuestra con números, letras y dulce amargura.
Qué: Libro (edita Sexto Piso)
En Chile, facsímil significó durante treinta y cinco años prueba de aptitud verbal para acceso a la educación superior. Un examen de preguntas múltiples, asociativas. En ese esquema se basa Alejandro Zambra a la hora de desarrollar Facsímil, una narración que novela entre pausas numéricas, un rosario de reflexiones sin orden, cadencia o dirección únicas, un ejercicio de ensayo y no error que, por coherencia, encuentra las respuestas en el hecho evidente de que todas pueden ser ciertas.
Zambra relata y versifica, tira piedras y no esconde la mano. Habla, por ejemplo, de las cicatrices… y dice que «lo abstracto es el dolor de los demás, y lo concreto es el dolor de los demás incidiendo en tu cuerpo hasta invadirlo por entero. Piensas, como si fuera un descubrimiento, que el último punto en la línea del tiempo es el presente».
De ahí, Zambra aborda al tiro (léase con acento santiaguino) temas tan rotundos como la desigualdad, la memoria, la influencia paterna o la impostura, y lo hace con una mezcla extraña (extraña por lo precisa) de humor, delicadeza y rabia. No recurre abiertamente, como tantos otros, al barniz irónico: el autor chileno, que en este 2015 se hace cuarentón, pone sus cartas boca arriba y deja que el lector interprete la jugada a partir de esa revelación, hecho que sí puede devenir en ironía de ida y vuelta, creando a la vez complicidad y desasosiego. Facsímil es una receta libre de ingredientes cerrados; es mirarse al espejo y encontrar un abismo en el que apetece zambullirse.
