Cuando un disco alcanza el treinta por ciento de canciones memorables, el aplauso es obligado. Cuando el porcentaje crece con las escuchas, estamos ante una pieza que mueve a la genuflexión. Christina sigue marcando el paso tal y como le pide el cuerpo, y los resultados le avalan.
Qué: Disco (edita El Segell del Primavera)
Christina ya ha pagado sus cuentas con la sociedad. De hecho, jamás ha perseguido una verdadera redención por sus pecados de juventud. En las dos últimas décadas (con los Subterráneos primero, a solas después) se ha limitado a sacar a la superficie la música que le alteraba los sentidos, le devanaba los sesos y ponía a temblar las yemas de sus dedos. En más de una ocasión, de hecho, ha conseguido esos mismos efectos en sus escuchantes. Con la melena tan suelta como siempre, literal y conceptualmente, la hispano-danesa se viene arriba en canciones tan redondas como La muy puta –que recuerda un poquito a la genial Érica García del momento Amorama– la bellísima Liquen, la muy irónica Segundo acto o ese dechado nihilista que viene siendo La absoluta nada, un tema que perfectamente podría haber formado parte del Donosti Sound en los noventa, con su música inspirada en la niebla y el vaivén de las olas con el mar en calma. Un reproche, rubia, si me permite usted la frescura: el coro infantil que abre Alguien tendrá la culpa negará la placidez del sueño a más de un paisano temeroso de las melenas negras sobre túnicas blancas.