El segundo disco solista de Diego Presa, cantante y principal compositor de Buceo Invisible, se llama Trece canciones y lo encuentra en un plan directo, crudo y natural. La producción de Alejandro Ferradás le imprimió refinada pátina sonora que remite a los crooners orientales Eduardo Darnauchans y Dino.
Qué: Disco (edita Bizarro)
Los tres discos publicados hasta el momento por Buceo Invisible –colectivo integrado por músicos, poetas y artistas visuales– funcionaron como plataforma de un cantautor de voz grave y bajo perfil, que empezaba a hacerse escuchar detrás de uno de los muros de guitarras más melancólicos que se hayan escuchado en el Río de la Plata. Música para niños tristes (2005), el debut del grupo, tenía la marca indeleble de Diego Presa; imposible no destacar una voz que disco a disco fue teniendo mayor protagonismo y que tomó la decisión de abrir un desvío al viaje colectivo luego de Cierro los ojos y todo respira (2009) y Disfraces para el frío (2011). Así fue que el songwriter, como diría Eduardo Darnauchans, se dio el gusto de hacer un disco en solitario, guitarra y voz, rigurosamente íntimo. Y después, sin dudarlo, volvió a repetir el ejercicio, aunque para el segundo solista de Presa se sumaron algunos nuevos amigos y muy especialmente la mirada de Alejandro Ferradás en el rol de productor artístico. Puede parecer extraño, pero desde que publicó Trece canciones, Diego Presa es un cantautor con dos bandas: una con toda la densidad y potencia que acostumbra desarrollar Buceo Invisible (que está preparando el cuarto álbum para este 2015), y otra con los nuevos amigos –entre ellos el guitarrista Nacho Durán–, con una textura tímbrica que remite a un spleen montevideano entre el ya mencionado Darno y el maestro Dino. El oficio de Ferradás –quien supo integrar la última banda del Darno y ser parte de Kafkarudos junto con Dino– le imprime el tono exacto que piden las canciones y logra el mejor registro de la voz de Presa, más grave que nunca, llevándose muy bien con arreglos de guitarra más sueltos, con menos distorsiones y aires sureños en los punteos. Las canciones, que son trece, conforman una unidad potente, sin sobresaltos, dejando claro que Diego Presa es un autor que sabe muy bien lo que quiere.