El camino al sonido propio puede ser largo y estrepitoso, más si se está en la mira de miles de testigos. Con Chicos de la luz, Astro toma la lámpara con sus propias manos y se aferra a un estilo único y libre de comparaciones.
Qué: Disco (edita Río Bueno)
Es un verano eterno, hay mucha arena alrededor y las olas del mar se acercan al ritmo de congas electrónicas y beats poderosos, mientras el cielo cambia de color con cada parpadeo. De forma apresurada, podría ser la descripción perfecta de los paisajes sugeridos en Chicos de la luz, el segundo larga duración de la banda chilena Astro, un disco que confirma una propuesta que se cierra por completo en imaginario, relato y sonido.
Esta vez son diez canciones que recorren un universo lleno de referencias astrales y que traen a tierra lo presentado en su disco anterior y homónimo, pero desde otro nivel. Un trabajo marcado por un lado «A» que invita a bailar y disfrutar (Bardo Thoddol, Caribbean); pero que también tiene un lado «B» cargado a la reflexión y levitación (Danza Celestial, Rico).
Ritmos caribeños, estructuras repetitivas y texturas enredadas entre lo cibernético y lo cósmico, son faros que Astro supo reconocer y se hicieron propios. Cuatro años de búsqueda fueron más que suficientes para saber, al igual que Ángel o Lulu –según se esté en América Latina o España–, que la flor de siete colores estaba en el jardín propio.
