Egon Soda enamora por repetición. No tanto de esquemas: lo que se reitera aquí es el espíritu, las notas al trote de un potro con cascos de terciopelo y la sensación de que están (estamos, con ellos) orando a un dios con minúscula, por cercano y falible, cálido y cómplice.
Qué: Disco (edita Naïve)
Alex y Chris, semillas de grandeza en el camino. Ricky, Xavi y Ferrán, alumnos aventajados que recogen, plantan, riegan, cosechan, matizan el fruto con la magia de los alquimistas, acompañados de nuevos caminantes. Egon Soda es eso y mucho más. La recuperación saluda al oyente con una intro Big Star que desarma el colmillo de los malvados, prestos desde el arranque a bajar un poquito del podio a la banda que todo el mundo elogia, el quórum sonoro tocado por el polvo de hadas de Campanilla. Luego van desfilando apuntes de los otros ancianos del consejo: John Lennon, Bob Mould, Tom Petty, Syd Barrett… Charlie Bautista alterna en el teclado el modo aullido con el arrullo, Pablo Garrido refuerza argumentos a golpe de guitarra y Ricky Lavado pone los puntos sobre las íes en la percusión. Las flautas y saxo de Gorka Benítez en Roble inverso, que Falkner canta con afinadísimo ronquillo junto a su compadre en Standstill Enric Montefusco, es otro puntazo, lo mismo que pasa con ese sahumerio rockero que se arma en Reunión de pastores, ovejas muertas, con Martí Perarnau de Mucho en quedona aparición ante el micro (¿poseídos ahí los muchachos por Rosendo, Manolo Tena, Fito, Alejo Stivel, todos ellos?), sin olvidar el matiz ululante que aporta el pedal steel de David Soler en Diluvio universal, coda perfecta de otro disco enorme de Egon Soda.