Sí, recuerda a Jeannette. Sí, la comparación es odiosa. No, no por reconocible su estilo deja de encandilar. Cathy Claret vuela bajito por encima de alambradas y muros de ladrillo, impulsada por odas intemporales a la belleza.
Qué: Disco (edita Warner Music)
A caballo entre dos mundos, la francoespañola Cathy Claret reclama desde Barcelona su lugar en el mundo a golpe de ronroneo. Bajo la indudable dulzura de su desempeño asoma el peligro, y se dispara la química con su audiencia. Más de dos décadas de singladura avalan la fortaleza de ésta su personal aproximación a la belleza, reverenciada por gente tan dispar como Benjamín Biolay, Raimundo Amador (ella escribió Bolleré), Finley Quaye, su compinche Pascal Comelade (presente en el tema Bleu de Cádiz) o Nouvelle Vague (que le acompaña aquí en el maravilloso corte Les cerisiers) y que se reafirma a cada nuevo paso. Esta vez se había hecho de rogar: diez años sin material nuevo son muchos años, pero la espera ha traído composiciones soberbias, maravillosas por su naturaleza puntillista: cada compás parece estar armado por miles de puntitos cromáticos, hilados por ese susurro naif que convierte a su perpetradora en una adorable wicca. Por allí asoma la bossa, el flamenco, el pop y hasta un fraseado cañí en el idioma de Molière a cargo de la mismísima Rossy de Palma. La banda sonora de un atardecer en la playa, con lluvia fina, bailando despacito con los pies descalzos, echando un cantecito a lo Veneno, ajenos todos a las miserias del mundo que nos asola…