Abraham Boba, Edu Baos, César Verdú y Luis Rodríguez. Prueba del segundo disco de León Benavente. Escena primera, toma 1, buena. Toma 2, buena. Toma 36, rebuena. Tomar cada ocho horas, sin medida, y reducir la dosis a la tercera parte cuando llegue el tercer disco. Ahora la suciedad está en el agua.
Qué: Disco (edita Warner)
Es como una ola grande a cincuenta metros de tu cara: tienes los pies plantados en la arena mojada, hay ventarrón, tu gesto de cara a la galería es tan desafiante como fútil: esa zona de confort en la que crees hallarte (expresión manida últimamente, pardiez) está a punto de irse al carajo. Agua en la cara, en los ojos, en el píloro. No habías calibrado las dimensiones del impacto. El segundo trabajo de León Benavente descoloca, y mucho; por suerte, no se detecta el temible fenómeno «intentarlo con demasiadas ganas» que convierte los saltos mortales en torpes volatines. Aquí hay salvajismo genuino, pulimientos estilísticos y remaches aparte. Estos cuatro humanos han amasado con diferentes arcillas cada una de las nueve canciones: del doble sentido a la bofetada con la mano abierta, de la fiesta a la amargura, de las murallas sonoras a la letanía en spoken word que corona el álbum, con el DF y los exorcismos íntimos como lienzo. Sí al kraut, sí a ese Banin de Los Planetas abrillantando el legado de A Flock Of Seagulls en Nuevas tierras. Sí a Tipo D, ese pedazo de single con ese pedazo de vídeo. Sí a los cuatro meses de aquelarre en casa del maño Edu Baos, otro sí al marmitako final en Garate Etxea, en el que el synth pop nuevaolero, el rock y la canción protesta puesta al día hacen las veces de las patatas, el pimiento y el tomate: viva el atún, aléjese la tuna. Asiento a la asíntota que trazan ya grupo y audiencia para que se acerquen muchísimo e indefinidamente, a puntito del roce, con el cariño ya ganado.
Puedes leer aquí la entrevista que realizamos a León Benavente con motivo de la presentación de 2.