«¿Qué vacía una silla? –se pregunta Gabo Ferro– ¿Quién no está sentado ahí, en el asiento de un tren, de un micro o en la butaca de un teatro? ¿Cómo suena esa ausencia?». Después de una decena de discos autogestionados, el trovador grabó su primer disco major en un teatro vacío.
Nada. Para su primer contrato multinacional, Gabo Ferro no aflojó ni un centímetro. Después de una decena de discos, otros tantos piratas, libros y colaboraciones fraguadas en la autogestión, el trovador de Mataderos incluso redobló la apuesta. Compuestas en medio del sisma político argentino, sus catorce canciones nuevas fueron grabadas en vivo y sobre el escenario del ND/Teatro: sin público en la sala.
«¿Qué vacía una silla? –se pregunta en el libreto del disco– ¿Quién? ¿Quién no está sentado ahí, en el asiento de un tren, de un micro o en la butaca de un teatro? ¿Por qué falta? ¿Cómo suena esa ausencia? ¿Suena como silencio? ¿Puede grabarse? Cantarle a un teatro vacío no es cantar para nadie. Es cantarle a este vacío que no es ausencia ni es silencio, nunca. Cada silla vacía es acción provocada y no construcción dada».
El lapsus del jinete ciego es material inflamable. La voz de Gabo (esa cuerda prodigiosa y desatada) y su guitarra criolla llevan la política del deseo y su melodrama místico hasta el borde mismo del abismo. Las pisotadas del caballo dejan caer unas piedras al vacío. Más allá están las visiones del poeta: «La vida no sobra / la muerte nos obra / una flecha partió la cuerda del reloj».