Miss Bolivia, la MC de dancehall cumbiero que puso a bailar la Argentina con la política del cuerpo, edita su tercer disco. Producido por Guillermo Beresñak, Pantera cuenta, celebra y ofrece testimonio, pero nunca –por más agria que sea su denuncia– pierde de vista la pista de baile.
La industria discográfica es un supermercado.
Si se separa una banda o le rescinden el contrato a un solista, queda un hueco en la estantería. Entonces aparece un repositor y pone un producto hecho a medida de ese hueco. Un artista puede estar o no en la góndola, pero siempre inventa su propio lugar. Por ejemplo: antes de que llegaran las primeras noticias de Miss Bolivia –su colaboración en Oda paco, de Gabo Ferro–, no existía una MC de dancehall cumbiero capaz de poner a bailar al país con la política del cuerpo. Paz Ferreyra lo inventó y la clavó al ángulo. Algunos de sus primeros hits se viralizaron, llegaron al prime-time y, recién entonces, apareció Sony con un contrato.
La industria discográfica es un detective que siempre llega tarde a la escena del crimen.
Como el Martín Fierro o cualquier disco de Eminem, el tercer disco de Miss Bolivia abre con una invocación del canto. Liliana Herrero hace el llamado y la MC empieza a nombrar las cosas de su mundo: «soy el ovario parlante/ dicen que soy rara, me gusta estar sola/ no tengo marido, tengo amantes». En un punto, Miss Bolivia es una trovadora tradicional: cuenta, celebra y ofrece testimonio, pero nunca –por más agria y urgente que sea su denuncia– pierde las ganas de bailar y, como dirían en España, follar. No es casual que versione Gente que no, el clásico que grabaron las dos bandas de Jorge Serrano: Todos Tus Muertos y Los Auténticos Decadentes. Ahí, en el surco entre el anarco-punk combativo y el bailongo nacional, Miss Bolivia plantó su semilla.