Leo Mateos lleva tres lustros en un rosario de pulsos que le ha deparado todo tipo de victorias y derrotas. Con este nuevo esfuerzo en Nudozurdo firma una apuesta ganadora: canciones como camiones, personalidad ignífuga y, paradójicamente, un fósforo que le pega fuego a los convencionalismos.
Allá por el comienzo de este milenio, Leopoldo Mateos (voz y guitarra de Nudozurdo) decidió que la música iba a ser parte troncal de su existencia. Tras muchos cambios en la alineación titular, por los motivos más variopintos, ahora le acompañan «Meta» (bajo) y Ricky Lavado (batería). Leo ha demostrado sobradamente su capacidad para nadar a braza y a mariposa, en pileta y contracorriente: en este nuevo esfuerzo, sus peculiarísimas y angustiadas inflexiones vocales –de esas que odias o amas– son la guarnición de un impecable trabajo en la instrumentación y la mesa, en donde el grupo ha compartido mandil con Ricky Falkner.
Jaula de oro y Bronca zafiro son dos magníficas muestras del sonido más identificativo de la banda, el que emparenta con los murales de magnética oscuridad que pintan El Columpio Asesino o Triángulo de Amor Bizarro, aunque Nudozurdo suela solazarse un poco más en el alargamiento de los compases; la primera de estas dos canciones eriza la piel desde el acorde inicial, con esa línea rítmica pétrea y las guitarras elevándose desde el subsuelo hacia la estratosfera; Úrsula hay nieve en casa emerge como el regalo espléndido para el buscador de tesoros. Ruta de los Balcanes –nueve minutazos y medio– reposa en la épica y da paso a un cierre sorprendente en clave dream pop, Adaptación coral.