Con un pie en la montaña y otro en el asfalto, La balada del carranguero, el debut de Los Rolling Ruanas, concilia dos músicas opuestas: la carranga y el rock; expande sus universos sonoros y las ofrece a públicos distantes, gracias a la imaginación que innova pero salvaguarda la tradición.
Desde mediados del Siglo XX, en el corazón del altiplano cundiboyacense –en pleno centro de Colombia–, se empezó a cocinar una música campesina que echaba mano de ritmos tradicionales como el vallenato, la guabina y el torbellino; apelaba a las vivencias y costumbres de los lugareños de sus valles y rescataba cantos perdidos.
A esa nueva música se le llamó carranga y tuvo en Los Carrangueros de Ráquira, liderados por el legendario cantautor Jorge Velosa, a sus principales impulsores. Los Carrangueros no imaginaron que tres décadas más tarde esa música trascendería fronteras generacionales y estéticas para fundirse con el espíritu del rock and roll.
En medio de la excitación que ocasionó el anuncio y la previa del concierto que los Rolling Stones ofrecieron en Bogotá en marzo de 2016, sorprendentes versiones de Paint It Black, I Was Made For Loving You y A Hard Day’s Night vía Youtube, empezaron a circular con fuerza en las redes sociales.
Los responsables de semejante arrojo son Juan Diego Moreno (voz y guacharaca), Fer «El padrino» Cely (requinto), Luis Guillermo González (guitarra) y Jorge Mario Vinasco (tiple), cuatro jóvenes bogotanos que sin pudor alguno y con mucha gracia resolvieron en clave y formato carranguero tradicional grandes clásicos de rock.
La fiebre Stone se desvaneció pero la presencia de Los Rolling Ruanas en el panorama musical colombiano fue cuajando en los estudios de grabación: un EP con cuatro temas propios anticipó que el cuarteto es mucho más que un fenómeno de Internet; asunto que validan con contundencia, un año después de su «viralización», en su primer disco de larga duración.
La balada del carranguero es una obra de carranga en toda su extensión, así lo revela su instrumentación acústica y una añoranza constante por el campo; pero también es un disco de espíritu urbano y sonoridad rockera –ausente de electricidad– con canciones que fluyen, libremente, en doble vía gracias a su destreza para conjugar con filigrana elementos de country, pop latino, new wave, rock duro y folk andino en ocho temas propios (más dos versiones) que anuncian un nuevo camino para la música campesina, labrado con profundo respeto a la tradición, arduo trabajo investigativo y muchísima diversión.