Con Halo, su séptimo disco de estudio, Juana Molina sigue deconstruyendo las formas de la canción para alcanzar la mejor versión de sí misma: honesta y desafiante, primitiva y lúdica.
Quizás sea éste el momento exacto para ingresar al extraño y fascinante mundo de Juana Molina. Halo, el séptimo disco de la cantante y compositora argentina, resulta la versión más lograda y expansiva de esa nutrida obra erguida de espaldas a los lineamentos maestros del pop y a los carriles habituales de su industria. Desde ese espacio de anarquía creativa, Molina reluce como una Björk del Cono Sur, una heroína mística ensimismada en su propio universo sonoro, honesto y desafiante, primitivo y lúdico.
A sus 54 años, el gesto minimalista y casi infantil de Juana Molina sigue controlando el total de su música. Entre elementos de la electrónica, el folclore, el pop, la música industrial y el ambient, la cantante deconstruye las formas habituales de la canción, para dejar brotar piezas que parecen crecer de modo agreste y en tiempo real sobre loops de guitarra, baterías comprimidas, percusiones y teclados. Resulta un trabajo de escultor sin tiempo ni espacio aparente –entre la tradición y el futuro–, como si estuviera plasmando sus impulsos en estado de trance y sobre una piedra de granito, en busca de su mejor reflejo.
En Sin dones, una percusión ahogada y un teclado de tono opaco funcionan de cimientos para que aparezca la voz de Molina –siempre magnética y suave, casi susurrada– mientras a su alrededor todo crece hasta desbordar: se suma un riff de guitarra, una batería repiqueteando cruzada, teclados y coros que suenan como aullidos de lobo, hasta alcanzar un clímax hipnótico y envolvente. Es un caos que parece propulsado por una fuerza natural, mientras la presencia de Molina recuerda a la voz de la conciencia, un medium en conexión directa con el centro de la tierra. En A00 B01, su gesto se vuelve casi dadaísta, extinguiendo con ímpetu los rastros de cualquier género, sobre bases de baterías de teclado Casiotone y acordes de sonido Arcade, mientras despliega una larga letra en base a onomatopeyas y gemidos.
Además de exponer los cánones y el estatismo que impera en la música tradicional de occidente, Halo también desvela la intención esquiva de Juana Molina, incluso hacia sus propios esquemas. Es en su canción experimental de laboratorio –basada sobre todo en la repetición de elementos mínimos y en la búsqueda tímbrica– como la cantante parece seguir huyendo de las formas en busca de sí misma.