Buena pinta, qué tres días musicales más ricos llenos de fundamento, que diría Arguiñano en su cocina de Zarautz. Madrid marca con un «emoji» sonriente la propuesta de Tomavistas, a caballo entre el bufet libre de autor y el menú artesano.
Aquelarre majo. Simpático, incluso. Un festival que tiene el buen gusto de no etiquetar a sus invitados, y tampoco pone fácil el etiquetado a quienes lo miran en lontananza: bien. No importa el grado de independencia que se asigne en la escala del tontómetro, ni el pelaje del que vayan revestidas las propuestas.
Da la sensación, y reconforta el hecho, de que los programadores de Tomavistas han dicho mayoritariamente «no» a los paquetitos envenenados de «te doy este si te llevas también a estos dos»: al menos, si se ha dado algún caso, lo han calzado con mimo, para no hacer rozaduras en el pie del festejo y evitar que la base, la esencia, pase del granito al barro. Si la música fuera materia de un mapa temporal, de anteayer hay referencias excitantes como Temples, Los Bengala (dúo de demonios sin hiel), los psicodélicos My Expansive Awareness, C.Tangana, Mourn o Cala Vento.
En el grupo de los que llevan más tiempo pateando las calles, puede encontrarse a The Horrors (cuando tienen el día, lo bordan: ojalá no tengan esos otros días), la deliciosa Alison Goldfrapp, Hercules & The Love Affair, L.A., Montefusco, Delorean, Las Robertas (desde Costa Rica), o esa dupla de seda que forman estos últimos meses McEnroe y The New Raemon.
Y para vibrar con primeros espadas del momento que gastan carreras razonablemente bisoñas, se cuenta con los londinenses The Big Moon y su punk-pop con perejil picado, Rufus T. Firefly (¿dónde está el límite de esta gente?) o, por supuesto, León Benavente, surtidor de directos inolvidables y Los Punsetes. Dicho sea esto sin menosprecio de todo lo demás: lo dicho, no se le ven las costuras al traje.