Apartamentos Acapulco no era un secreto a secas, ni tampoco a voces; desde hace unos días, para quienes gustan de pegar la oreja a la vía del tren, tampoco es ya el grupo del que oyeron hablar brevemente en un programa de radio o una tertulia sesuda. Es la banda que se cuela con mimo en los corazones con revestimiento pómez, y cambia el signo de la ecuación en el sentido que marque el ánimo del oyente.
El shoegaze tiene sus claves. Una de ellas, quizá primordial, es el punto melancólico. Luego se puede revestir la cosa al gusto del artesano, desde el ruidismo furioso a la mínima intervención efectista sobre la melodía. El tono, en definitiva, lo acaba marcando el talante del creador.
Con Granada como base y marco, y J, de Planetas, en el papel de entusiasmado chivato sobre el talento del grupo, Angelina Herrera e Ismael Cámara llevan aproximadamente dos años en este empeño; después de un EP de presentación en el otoño de 2015, Siete, y otro segundo esfuerzo de media extensión, llega este primer largo con todos los poderes desplegados.
Se huele el peligro: en temas como Scarlett, por ejemplo, hay un punto litúrgico que enseguida se tiñe de dulce amargura gracias a las letras, y acaba sepultado en una espiral de guitarras que sirve de perfecta metáfora para el desencanto por la pérdida.
Algo de Lush, otro poco de Makthaverskan, guiños gloriosos a Family, el espíritu de Cocteau Twins; la deriva hacia lo etéreo gana la partida a la vena hinchada en el cuello, la rabia se canaliza con sordina cantora y mesura en el arreglo… salvo gloriosas excepciones como (y sobre todo) la psicodélica Nueve esferas.
La langosta es, quizá, el tema que mejor amalgama todos los colores (terrosos, es lo que toca) de un trabajo que parte de una nota alta y mejora con las relecturas. En cuanto a Posible final, el cierre del disco, mejor no espoilear. Cosa hermosa de oír, pardiez.