Los Espíritus, la banda de Maxi Prietto y Santiago Moraes, acaba de editar su esperado tercer disco: una exploración del blues amazónico desde Argentina para el mundo.
Perdón, T.S. Eliot: abril no es el mes más cruel. En las últimas semanas de abril, por ejemplo, comenzaron a correr como un reguero de pólvora en Argentina los nuevos trabajos de Él Mató a un Policía Motorizado y Los Espíritus. Dos grabaciones tan radicalmente buenas que resultan, al mismo tiempo, una afrenta para el rock mainstream y un motivo de brindis para la patria contracultural: el combustible existencial para capear el temporal.
Grabado en cinta en los estudios El Attic, el tercer disco de la banda de Maxi Prietto y Santi Moraes tiene todos los atributos de un clásico instantáneo. Son diez canciones visceralmente contemporáneas que, sin embargo, suenan fuera de temporada.
«Sentimos que la música está sonando cada vez más fuerte, aplastada y cuantizada –dice Prietto. El plan era tocar en vivo y resolver el sonido a partir de los instrumentos y la interpretación. Hay pocas sobregrabaciones. La producción es más cruda que los discos anteriores pero, al mismo tiempo, suena más delicado: el audio es muy superior».
¿Quién iba a sospechar que el blues porteño, casi medio siglo después del debut de Manal, todavía era un cuchillo con filo? Bueno: si reemplazamos el nihilismo de Javier Martínez por el sueño de la Patria Grande, Los Espíritus bien podrían ser el Manal del siglo nuevo. Ese desplazamiento es la clave.
Como la propia Buenos Aires, su exploración del blues psicodélico no excluye las culturas de Latinoamérica: es un preparado para la generación que expandió su horizonte con la ayahuasca, los boleros y las verdulerías bolivianas. La bebida para desatar el ritual donde, sobre el traqueteo febril de la rueda del consumo, bailan mujeres en la hoguera, armas y urnas cargadas por el diablo.
Si en lugar de alguna parrilla del barrio bonaerense de La Paternal hubiera sido concebido en una oficina blanca del opulente Puerto Madero, Agua ardiente sería la punta de lanza de un plan maestro. Pero esto no es un plan: es una fatalidad.