Núria Graham, Joana Serrat, Silvia Pérez Cruz, María Rodés… y Maria Arnal. Cataluña cuida los colores de su arco iris musical con jóvenes pintoras de voz magnética, que sacan de adentro un mapamundi de matices y se expresan con soltura en las diferentes claves del folk, desde la popera y distorsiva a la flamenca y andalusí. Este tándem, además, parece poseído por los relojes blandos de Dalí: derriten al más escéptico de los oyentes.
El universo a escala de Maria Arnal (voz, alma, arreglos) y Marcel Bagés (guitarra, forja, arreglos) es artesano, que no minimalista; atemporal, que no añoso; apasionado por decantación, pues nada parece estar sujeto al azar… pero nada hay en el resultado de este esfuerzo combinado que suene artificioso.
Se adivina el denuedo a la hora de perseguir la frescura, dada la evidente perfección del mate en un conjunto de canciones que rechazan la vocación epatante del brillo. La gent, por ejemplo, es un crescendo en varios tiempos que se teje alrededor de lo que parece ser la sirena de muelle en la salida de los transatlánticos.
Ball del vetlatori parece evocar una partida de ajedrez con el más allá, en la que Max Von Sydow se viste de payés. La entrada a capella de La vida, el temblor en el alma que provoca Jo no canto per la veu… las emociones se desparraman despacito por el disco, de principio a fin.
El uso indistinto de castellano o catalán no hace sino enriquecer el todo, una suerte de comida de astronauta que encierra sus matices en un envoltorio pequeño y compacto, y los hace estallar en el momento adecuado para que sean interiorizados a la perfección.