Ilegales fue, es (cambios de nombre por temas legales aparte) un grupo sin parangón en el rock español. El vehículo de expresión de Jorge Martínez, un tipo acojonante en las dos acepciones más populares del término. Solo hay que oír a sus colegas, o a quienes multiplicaron su mensaje en los medios. Dicen cosas tremendas…
En 1982, la banda Ilegales editó su primer disco. Al frente del invento estaba Jorge Martínez, la estrella de rock más paradójica que ha surgido en España. El batería Jaime Belaustegui y el bajista Alejandro Espina han sido sus compañeros de singladura más duraderos, pero Ilegales ha sido siempre la banda de Jorge «el loco», Jorge Ilegal, el de la mirada aviesa y la empatía instantánea como los que caminan por el lado salvaje.
Por un lado, cumplía con todos los clichés del género, la vida peligrosa y divertida; por otro, decidió no morir joven (acaba de cumplir 62 años) y sigue en activo después de largos hiatos y reinvenciones: la última, en 2011, le unió a Los Magnéticos en un acercamiento de salón al bolero y la guaracha; en 2015, tras doce años de silencio, hubo nuevo disco de Ilegales con canciones inéditas… y ahí siguen.
Jorge Ilegal no se achanta; un tipo que aullaba en los ochenta versos irónicos y provocadores como «qué tal, homosexual, pues hombre no me va mal» o «nazis, simpáticos los nazis», que pocas veces (de los muchos intentos) perdió una pelea de bar, un tipo que siempre ha adorado a Nietzsche y Quevedo, coleccionista de guitarras eléctricas y soldaditos de plomo, como recuerda la promo de la película.
Una figura que dibujan a pinceladas voces del calibre de Miguel Ríos o Víctor Manuel, coetáneos de escena como Javier Andreu (La Frontera), Pablo Carbonell o Jaime Urrutia, comunicadores de larga trayectoria como Mariskal Romero, Jesús Ordovás, Diego Manrique, Tomás Fernando Flores o José Antonio Abellán, gente que creció a la vera de su alargada sombra musical como Ángel Carmona o Igor Paskual.
El documental huye con naturalidad de dos tentaciones: ni hay santificación del protagonista, ni tampoco demonización de un comportamiento que se reconoce tan atípico como natural. Y está el recuerdo de las letras, los acordes nerviosos, el lenguaje escénico. Abrir camino es complicado, pero hacerlo de un modo diferente y conquistar a las masas, aún más.