Las diez canciones de La síntesis O’Konor, el flamante disco de Él Mató a un Policía Motorizado, logran un objetivo utópico: en el medio de un cambio profundo, confirmar su identidad como banda. Es, como dice Santiago Motorizado, «el triunfo de alguien que lo merece».
¿Quién se agazapa en los detalles? No lo sabemos, pero está lleno de amor. En buena parte de las canciones de La síntesis O’Konor, Doctora Muerte utiliza los ochenta canales de la Neve Control Room de Sonic Ranch para meter medio compás de cascabeles, el eco lejano de una matraca o una percusión micrónica de campanillas. Eso, que parece –y, a su modo, es– un juego de niños, resulta algo muy serio: en el fondo del océano, se acaba de producir un desplazamiento de placas tectónicas en la música de Él Mató a un Policía Motorizado. El tsunami, todo parece indicar, llegará de un momento a otro.
Editado hace dos meses, el simple El tesoro cumplió su cometido. No solo nos abrió el apetito, sino que preparó a sus seguidores para este movimiento. La banda platense descorchó su música como si fuera una ostra y, con este mesmerizante tecnicolor, sus grabaciones anteriores parecen en blanco y negro.
Si bien ya lleva un lustro como miembro oficial, recién ahora los teclados y sintetizadores de Chatrán empiezan a tener verdadero peso específico. Así, una banda de guitarras puede editar canciones sin guitarras como Fuego –que comienza como un canto de cancha por Skype y termina como un rezo– y no resignar un ápice de su identidad. Eso –entre otros detalles, como la coda final de El tesoro o la modulación de El mundo extraño– confirma su fortaleza como compositores.
Santiago Motorizado sigue cantando como un toro herido, pero se anima a explorar zonas nuevas de su registro vocal e incluso poético. Alguien que lo merece, uno de los puntos más altos del disco, es una prueba elocuente. Montado sobre un bajo deslizante a-la «Walking on the wild side», el tipo camina entre las ruinas de una pareja como si fueran las calles de Kosovo: «toda la noche nos vimos llorar/ Toda la noche pelear y llorar/ Esas noches que queremos olvidar/ Sueño que pierdo el tiempo en la cama./ Durmiendo, durmiendo».
El conde Lev Nikoláievich Tolstói tenía razón: la verdadera tragedia, es la tragedia de alcoba.