En el indispensable Bailando por nuestra cuenta, el periodista mexicano Enrique Blanc guía a los miembros de Café Tacuba a recordar y repensar su historia oficial, para dar forma a un libro valioso y aproximarse a la obra y la visión de una banda irrepetible.
Empecemos por una frase, un detalle, un gesto: «Había un grupo que se llamaba Six Beers, o algo así, eran muy buenos. Después uno de ellos pasó a Punto y Aparte, que estaba en el acoplado de Comrock. Había otro grupo que se llamaba Purple Haze, eran muy densos y eran como los chicos malos, iban a la secundaria abierta y fumaban mota. Y sí eran de cuidado: armaban broncas. Eran más grandes que yo. Me encantaría conseguir música de todos esos grupos».
El que habla es Rubén Albarrán, recordando la escena musical de Ciudad Satélite en los 80, durante su adolescencia. Es apenas una frase, un detalle, un gesto, pero leer al frontman de la banda de rock más prestigiosa de Iberoamérica evocando y añorando con admiración a esas bandas de barrio que escuchaba cuando era apenas un chamaquito es maravilloso. En frases, detalles y gestos como ese reside la clave y el encanto de Bailando por nuestra cuenta, la biografía oficial de Café Tacuba firmada por Enrique Blanc, decano del periodismo musical en México, que se publicó a finales del año pasado.
De alguna manera, Bailando por nuestra cuenta funciona como esas fotos de altísima definición: podemos ver la imagen panorámica pero, a medida que hacemos zoom, la lupa va haciendo foco en detalles milimétricos. Se trata de un retrato cercano y exhaustivo del primer cuarto de siglo del grupo, que se lee como un gran diálogo, una bitácora coral de recuerdos que repasa los distintos discos y sus consecuentes movimientos estéticos, que incluye un retrato de cada uno de los cuatro cerebros que le valieron al grupo el mote de «los Beatles de América latina».
El derrotero de la historia está marcado por la discografía del grupo, que funciona como la columna vertebral de la narración. Pero también están los apartados con cada uno de los integrantes (el mencionado Albarrán, los hermanos Quique y Joselo Rangel y Emmanuel del Real) donde las entrevistas adquieren un delicioso tono intimista y las preguntas de Blanc funcionan, sobre todo, como el disparador de una avalancha de recuerdos personales.
Blanc acumuló más de cuarenta horas de charlas (individuales) para construir un gran diálogo ensamblado, que en algunos casos funciona como la deconstrucción de momentos claves de la banda, como el modo en que se gestó la amistad entre Joselo y Rubén.
«Rubén iba en esa ocasión con un sombrero blanco y un saco, y era un ser extraño, interesante, porque ningún vocalista se vestía así, todos subían como rockeros pero él no, él se veía diferente, especial. (…) Cuando finalmente me lo encontré en la escuela , nos empezamos a ver más seguido y nos hicimos amigos, platicábamos mucho de música, de lo que le gustaba a él y a mí», recuerda Joselo.
«Joselo me decía que su hermano podía tocar con nosotros. Así que una mañana fui a su casa y conocí a Quique. Era un niñote, estaba increíble. Me acuerdo que estaba jugando fútbol americano en su calle, con sus vecinos. Y me acuerdo que estaba en calzones, él dice que eran unos shorts, pero no. Fue muy gracioso», evoca Albarrán.
Las primeras tocadas, los clips, la paulatina profesionalización del grupo, la intimidad de las primeras giras, todas las colaboraciones (De Lila Downs a Calle 13, de David Byrne a Incubus, de Celso Piña al Kronos Quartet) se entrelazan en este relato subjetivo («Recuerdos que mienten un poco», decía un tema de la banda argentina Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota). En ese contexto, destacamos el valor de las anécdotas, la pluralidad de ángulos, la diversidad de esos recuerdos.
Bailando por nuestra cuenta incluye un prólogo del periodista Rogelio Villarreal y una sentida carta de Gustavo Santaolalla. «Gracias por cada movida, cada cambio, cada desafío. Gracias por los obstáculos, las dudas, las tribulaciones que a veces hemos tenido que pasar y que, una vez más gracias a ustedes, pasamos. La fineza del espíritu es algo hermoso que tienen y que, más allá de los vaivenes de lo personal y de lo material, preservan. La conexión artística que he sentido con ustedes es única. Gracias», escribe el productor.
Por esa carta, y por cada una de las historias que se narran en sus 352 páginas, es un libro indispensable, obviamente, para los fans. Pero igualmente valioso para aquellos que quieran aproximarse a la obra y la visión de un cuarteto de artistas geniales que, después de un cuarto de siglo de convivencia creativa, se siguen reinventando. Un modo de acercarse, y empaparse, de la vida, la obra y la cosmovisión de un grupo que funciona como un faro para muchos artistas del continente y de todo el mundo.