Coproducido y tocado junto a la facción avant-garde de Onda Vaga, el cuarto disco del argentino Juan Román Diosque ya es uno de los trabajos del año. Diez canciones donde palabras como synth-pop sirven para muy poco.
Regla número uno de la música popular: la canción no es la suma de música y letra, sino el chispazo que se produce en ese encuentro. Ergo, no conviene desmontar las partes. Pero claro, esto no es la milicia: podemos tomarnos nuestras licencias. Apenas comienza Toca mis huesos, uno de los grandes momentos de Llanero, la mexicana Julieta Venegas se mece sobre el piano y deja caer un verso por su propio peso: «relámpago en mano, salí por el costado». En este preciso momento, alrededor de todo el planeta, centenares de poetas y compositores darían un órgano vital por esa frase. Pero ya es tarde: la firmó Diosque.
Desde hace exactamente una década, el artista tucumano viene edificando una obra al margen de casi todo. Pop, synth-pop, noise, reggae, rock, dubstep. En el marco de sus canciones, esas palabras sirven para muy poco. Como un Rey Midas clonado, todo lo que toca Diosque se convierte en Diosque. Lluvia, el tema inicial de su cuarto disco, arranca con programaciones y bombo en negras… ¡pero vaya si no es música para la pista de baile! Es una invocación fantasmal para desatar la lluvia adentro de una persona.
Coproducido y tocado junto a la facción avant-garde de Onda Vaga, Llanero se ubica en algún sitio entre los discos de su compatriota Daniel Melero, el chileno Gepe y los poetas y performers que se reúnen en las trincheras de la editorial Mansalva. Diosque, sin embargo, no reclama su lugar. Es elusivo y, para echar un poco de leña al fuego del misterio, su rostro parece desdibujarse en la multitud de personas que caminan por las redes sociales: no se viste de una manera en particular, no tiene un peinado extraño, no es demasiado joven ni demasiado viejo. Solamente es –como si eso fuera poco– el autor de uno de los grandes discos del año.
