Echa el lazo, y estás perdido. A veces ni lo ves venir, porque no sisea en el aire, y tampoco amarra con fuerza a la presa, pero el lazo es irrompible. Las canciones de La Bien Querida no necesitan de mucho barroquismo para pegarse a la piel.
La Bien Querida nació porque a Ana, pintora, le echaron un guante. Fue J, de Los Planetas, el que le animó a perseguir sueños musicales. Años y discos y escenarios después, con la pintora discretamente situada al lado de la compositora, J vuelve a asomar junto a ella para rumbear un poco (Muchachito se apunta a la fiesta) en el nuevo disco de Ana, que también tiene un guiño reggaetonero a medias con Joan Miquel Oliver (tomémoslo como divertimento: probablemente es el impulso que le llevó a facturarlo) y regala al oído devoto temazos de su cuerda como Dinamita, Si me quieres a mí o la excelsa La pieza que falta, en la que cuenta con la complicidad de La Estrella de David: los manierismos de Vince Clarke o Le Mans se entremezclan ahí con pasmosa naturalidad en una de las mejores canciones que ha hecho nunca Ana.
Y es que estamos ante una creadora de seis velocidades; minimalismo concatenado que fluye junto a ramalazos de brillo que obnubilan, cantar desvaído en contrapunto a una secuencia nerviosa, violines que hacen bailar a ninfas y trasgos; todo trufado de frases como martillazos envueltos en seda, como «Eres un incendio forestal», o «Quiero que veas lo que veo, que creas lo que creo y entiendas que lo veo posible». Ana reflexiona sobre la mala costumbre de buscar el amor en los sitios equivocados mientras, entre líneas, reivindica el amour fou. Sin estridencias, por supuesto.