Que a Xarim Aresté no se le puede limitar como cantautor es tan cierto como sus atributos para practicar ejercicios constantes de heterodoxia sobre la cuerda de la tradición. La demostración en Polinèsies, flamante álbum del músico catalán.
Forjado bajo una mirada bipolar del arraigo folk, el catalán Xarim Aresté es de esos tantos acólitos del Tom Waits más retorcido. No puede negar su gusto por adecuarse a un sonido de tierra seca, ancestral, en el que guitarras, percusiones y todo instrumento clamado a la vida, repta arrastrándose sobre un barrizal sonoro para el que ha resultado fundamental la mano de los productores Santos Berrocal y Florenci Ferrer.
Así, bajo esta ruta-guía, se cuece un surtido de canciones que, según el propio Aresté, tratan «la relación que existe entre el todo y cada una de sus partes». Y que han sido seleccionadas tras un periodo impetuoso de creación: más de cien cortes escritos entre los que ha escogida la decena necesaria para refrendar el carácter retroactivo de su empresa temática.
De la magnética extrañeza generada por M’ho has d’escriure amb foc al poso clásico de La flor, el arco descrito reluce en la idea de maridar mundos reconocibles con planetas extraños. Con el fin de una sana convivencia entre melodías de las más insospechadas procedencias, Aresté ha fortificado un hábitat natural en el que se dedica a regar sonoridades que pueden a crecer con la mesura a lo Fleetwood Mac de Riu amunt o con la fabulosa incerteza de Anem tirant.
En cualquiera de las dos derivas empleadas, refulge el peso de un creador en ciernes, con aún mucho margen a la hora de arribar hacia puertos de mayor categoría.