Catorce discos como catorce blasones en casas distintas de una aldea global; cambios de piel, un solo bardo, gallego en ambas orillas del gran charco, padre y cuarentón reciente, eterno adolescente de alma vieja, artesano de cincelado natural, que deja a la vista las costuras de sus canciones porque de la arruga adolfina y la cicatriz emana, ufana, la belleza. Con todos nosotros, Xoel López.
Dos años después del último gong, Xoel López celebra su cuadragésimo cumpleaños con nuevo disco. Comienza y acaba con canciones inspiradas por su reciente paternidad, subgénero inevitable para las almas creadoras cuando les toca ese turno en la vida. Es muy peligroso, de hecho: la primacía del sentimiento personal hace que muchos papás y mamas facturen canciones menores o, directamente, infumables para cualquier ser humano ajeno a su familia.
No es el caso; Jaguar reúne con éxito un contubernio de colores que incluye matices de los Beatles, Joe Vasconcellos y la gaita celta. Durme, breve pieza de cierre, es una nana sin almibar, en gallego, que sirve de velcro y aislante (para que las palabras vanas de los analistas no lo perviertan) al espíritu que inspira el disco. En medio, sueños de queso y mermelada de tomate para el pan.
Insomnio es un trayecto lluvioso por carretera de asfalto tan sólido como sinuoso, de las que serpean al borde del mar. Incluye voseo puntual, en guiño a su querida tierra americana. Frutos tiene el fraseo dulcísimo e hipnótico de Miren Iza; cosa extraña en Xoel, siempre presto a colaborar con otros y poco dado a los dúos en discos propios.
En Madrid, el gallego se pone ñoño; la megalópolis que inspira el corte se lo agradecerá, como suele hacer la capital con las caricias de sus hijos sobrevenidos. En Serpes, Xoel habla de una mordida de infinita saudade, frase que opaca por abuso de brillantez el resto del discurso y permite disfrutar de las chaladuras que comparte el autor con su productor Ángel Luján, como esas notas de teclado estridente que ponen coda al estribillo: es fantástico conocer las reglas del juego, abrazar el academicismo a voluntad y soltar amarras con estilo cuando lo pide el cuerpo.
En Primavera no hay matiz que valga: canción hermosa, pardiez. Lodo se escucha mejor en calesa, con aceleración final, y en Balas emerge una psicodelia de puentes sólidos sobre el agua: se adivina la conexión mixteca o candombera, según la hora del día y el ángulo de la luz que ilumine a este monolito en verso asonante.
Fin. Otro disco superior de Xoel López, diez canciones con títulos de una palabra, lanzamiento físico en México, Argentina, Colombia y Uruguay además de en España, giras aquí y allá. El poso de sensaciones en el oyente es diverso, lógicamente, pero hay una variante conocida; mientras el resto de los mortales se pelea (nos peleamos) con la vida, esquivando golpes con suerte dispar, hay tipos (como Xoel) que parecen seguir un mapa luminoso, brujuleando divertidos de norte a sur y viceversa, negando a los polos su proverbial magnetismo y evidenciando en la mirada que, efectivamente, saben algo que no sabemos.