Tras medio siglo de actividad musical, a Rubén Blades le quedan arrestos para seguir sembrando de hitos su descomunal trayectoria. Y lo hace dejando un mensaje de fondo: su reinado seguirá perviviendo aún después de su retiro.
El autor de Siembra y Buscando América se va despidiendo de su carrera musical celebrando su amor por las big bands cubanas de los años cincuenta, y lo hace por medio de una orquesta, la de Roberto Delgado, la misma que lo ha acompañado en su memorable gira de despedida.
Porque sí, el Bob Dylan de la salsa nos deja, y lo hace por medio del primero de una serie de trabajos que ahondarán en su profundo amor por maridar géneros y honrarlos bajo su canto de sinceridad apasionada.
Cronista azuzador de la realidad latinoamericana, el peso cuestionador de su voz retoma el hilo crítico en Nadie sabe, aunque para esta ocasión pesa más su corazón de bolero, como en No te importe saber y El pasado no perdona, o la celebración vitalista de Arayué.
Dicho tema es el que abre esta caja de bombones salseros, preñados de un líquido rítmico sin par. Orgía de timbales, congas y demás recursos percusivos, las articulaciones de las canciones demuestran una máxima en el credo de Rubén Blades: tradición y espeleología sonora son facetas llamadas al entendimiento.
Esta máxima vuelve a darse en todo momento, ensalzando la enésima prueba de un universo musical que se niega a echar el cierre sumiéndose en la nostalgia. No con un grande al que, mientras no ponga fin a su producción discográfica, seguiremos rezando para que sus días como rey de la salsa sigan siendo celebrados desde la comunión sobre las tablas.
Arayué