En su segundo trabajo, el cántabro Ángel Stanich prosigue con sus dotes para abrazar la ortodoxia pop o rock con la naturalidad del que las ha mamado desde siempre y no está dispuesto a perderse los placeres de una u otra.
¿Qué se puede decir de un tipo capaz de nadar entre aguas, a priori, irreconciliables como las de Bob Dylan –Escupe fuego– y La Casa Azul –Hula hula? Pues que su falta de prejuicios deviene en arma perfecta para poder armar un caleidoscopio monumental del balance entre el pop y el rock destilado en los años 80.
De menciones a Golpes Bajos, como «colecciono moscas», o metabolizaciones de películas como Amanece que no es poco entre exabruptos de cuatro minutos en tono kraut-pop como Mátame camión, Ángel Stanich despliega un camino continuo de referencias ancladas en la memoria colectiva. Ya sea a través de Miguel Induráin o por medio del recuerdo perenne de David Bowie, siempre surge un agarradero para la memoria.
Así ocurre también en los seis minutos de folk a lo Grateful Dead de la tremenda Galicia calidade, sin duda el corazón de este álbum. Un trabajo de largo recorrido, templado bajo caudales de sabiduría, verbo eléctrico-acústico en tono cinemascope y una voz siempre a la caza de la metáfora absurda o el humor de tintes más oscuros.
En cualquiera de las posturas adoptadas, siempre brota en este malabarista de la canción de autor una facilidad pasmosa para encontrar la senda que guía hacia la melodía, nacida para abrirse paso en nuestro álbum de fotos más querido.