El catalán Joe Crepúsculo regresa al disco para reinventar el concepto de «nana». Y lo hace, faltaría más, a su particular manera. El díscolo músico-filósofo entrega doce nanas para adultos que quieren volver a ser niños.
Qué: Disco (El Volcán)
Bajo un concepto de canción mínima, lo maravilloso de este trabajo es que ofrece una versión muy cercana a Supercrepus, el álbum por el que siempre será reconocido Joe Crepúculo. Como en aquel disco, el teclado, del que hace un uso paralelo al del cantautor con su guitarra acústica, vuelve a ser casi el único sustento instrumental.
Por supuesto, en el caso del músico catalán las intenciones son totalmente divergentes, buscando la emoción a través de la sonrisa cómplice, jamás del transcendentalismo (cuasi) irrisorio. Si a esto se le suman brotes inolvidables de synth-pop artesanal como La luz de la noche, poco más se puede pedir. Quizá que, en vez de apenas dieciocho minutos, Crepus se hubiera trabajado un álbum de duración no menor a la media hora.
Sin embargo, tal deseo sería un dislate ante la concepción de este trabajo de frasco pequeño, pero de virtudes imperecederas. No en vano, estas canciones, nacidas para la hora de ir a la cama, se cuelan en nuestro subconsciente por mera inducción, jamás por la característica repetición de los estribillos.
En definitiva, nanas para adultos que quieren volver a ser niños. Como Joe Crepúsculo, el guía más inimaginable para rescatarnos de las pesadillas, capaz de alumbrarnos con melodías mágicas como El monstruo de la cueva, una de las doce delicatessen con las que Crepus recupera la excelencia de sus comienzos.