Miren Iza abre el arcón de los sentimientos olvidados y lo vuelca sobre la alfombra en un disco hechicero, que alienta el voyerismo de su alma y, al mismo tiempo, reta a los ojos osados que la espían. Con todos nosotros lo nuevo de Tulsa.
Qué: Disco (I*M Records)
Con ese «…te voy a querer igual» dibujado para Jonás Trueba aún resonando en muchas cabezas, Miren Iza se ha montado película propia, un disco para adentro después de mucho tiempo expuesta al viento. Carga sus cañones con nueva munición, y elige los disparos con tino. Ejemplo: la nostalgia por el hollín y el desprecio hacia la gentrificación presiden Bilbao, oda de ¿amor? al Botxo emitida desde el rincón más oriental de Guipúzcoa, la Hondarribia de Miren. Hay más, muchos más.
De hecho, la jefa destapa en cada tema un nuevo escenario del crimen. Se cuestiona la invasión a la intimidad de las palabras y los sentimientos aprisionadas en unos minutos de música, hasta el punto de que el vehículo de transmisión (la canción) se convierte en amante y tirana. Hay nostalgia de la tierra mojada, la pídola y los primeros besos, guiños a Spiderman y La Pantera Rosa, al arte moderno outsider desde la perspectiva genial de Brancusi, y en esas Pequeñas embestidas a dúo con Abraham Boba (León Benavente, Nacho Vegas) se invoca al humor británico y la sinceridad aplastante como armas ante las bofetadas de la vida. La necesidad de hacerse duro para durar se conjuga en los espíritus sensibles con la amargura que conlleva aparcar la inocencia.
Amiga es la canción más triste y hermosa que oirás esta semana, porque se parece a alguna historia tuya si ajustas los condicionantes de geolocalización y género. El cierre, con Atalaya, resulta vitamínico y salvaje; Miren ha encontrado su lugar feliz en las alturas y saca los colmillos a quienes se acercan con escalas y espadas, sean humanos o divinos. «Aquí soy poderosa, maravillosa, que venga Dios a intentar bajarme de aquí». Algo sabe Miren Iza que no sabemos los demás. No engaña a nadie (nunca lo pretendió) con la suavidad de sus formas, la dulzura de su timbre. Camina por el lado oscuro, la silueta apenas marcada por luz ultravioleta, allá donde Lou Reed y Kate Bush juegan partidas hiperlentas de ajedrez.