Não sei fazer canção de amor, el segundo disco de la brasileña Natália Matos, se puede considerar como una de las grandes sorpresas del pasado año. Una verdadera joyita que luce fuerte en medio a la pasteurización industrial del pop de su país.
Qué: Disco (independiente/Tratore)
Aunque la industria pop brasileña funciona bien en términos de business, sufre con el casi monopolio del sertanejo (género de origen rural, el más popular y comercial del país), secundado por temas bailables y monocordes de beats electrónicos. Así las cosas, queda poco espacio para otros matices musicales dentro del mainstream y la música pop más cancionera se encuentra segmentada en nichos.
Si la realidad no fuese tan hegemónica, podríamos suponer que la música de Natália Matos sería mucho más escuchada ya que la fórmula de la joven cantautora paraense sabe combinar el pop de cepa brasileña (Marina Lima, Arnaldo Antunes, Rita Lee cosecha años 80) con el indie pop elegante de Cat Power o Sharon von Etten, sin perder nunca la identidad que caracteriza la música que sale de Belém, la ciudad amazónica dónde vive.
El temazo Roseado, la sencilla Vamos embora y la veloz Nós son ejemplos perfectos de esa receta. Sin embargo, el pop tiene más gracia cuando se permite más amplitud, y así lucen también una canción de ambición cosmopolita como Sol, una balada (A cura) y la delicada Cama grande.
«En este disco busqué que las canciones no se encasillarán en un ritmo específico. Quise dejar espacio para que las letras y las melodías hablaran más alto que cualquier instrumento», dice Natália. Esas letras pueden ser simples pero nunca vulgares, tratando temas cotidianos que permiten al oyente acercarse y adueñarse de la canción. Con eso y con la riqueza musical –mérito también del productor y guitarrista Léo Charmont–, Não sei fazer canção de amor puede considerarse como un disco bonito que, como las mejores obras pop, gana y se revaloriza con cada nueva escucha.