Los Nastys han pegado el estirón, y lo han hecho dando amor y guerra a partes iguales. La receta ideal para hacernos ver el mundo con la mano abierta y el corazón latiendo como un adolescente.
Qué: Disco (El Volcán)
Al final le han echado bemoles: los integrantes de este cuarteto de apariencia policromo ochentera se ha destapado con un arsenal de guantazos de mentalidad belicosa, al igual que insuflada por un fabuloso gen chorreando amor.
Así sucede desde el mega riff sabbathiano que empuja la verborrea anti-trap desplegada en El diablo. Lo genial es que nada más pasar de canción, lo que retumba es una vigorizante explosión rock & roll. Por su parte, en Veneno de serpiente, se marcan un cruce de los Cramps con el punk de Detroit que es pura adrenalina, mientras reducen el rock tauromáquico de Gabinete Caligari a chiste. Como bien dicen: «Quiero una princesa que me diga torero». Porque de eso se trata, de romper tópicos y dejar en medias tintas prejuicios sin argumentos realistas.
La proyección combativa se extiende a lo largo del resto de canciones, donde el rock de tupé pega botes de tracción punk, como en Bebé gigante, o nos hace bailar al son de un jukebox para parejas melosas, como en Los autos locos. La dinámica preponderante no ofrece destinos ni formas nuevas, ni falta que hace. Los Nastys son extremistas en todas sus arremetidas, y con eso es más que suficiente para dejarnos seducir por estos chulescos devotos de los Panteras Negras.