Fiel a su descaro natural, Papaya lanza la caña de pescar y se dedica a llenar la cesta de toda clase de especies. En su mente, una misión: montar un acuario de sonidos. En la nuestra, una única opción: sumergirnos en su gran pecera.
Qué: Disco (Jabalina)
La canaria de ascendencia chilena Yanara Espinoza es la cara visible de Papaya, banda en la que está acompañada por el argentino –y miembro de Cineplexx– Sebastián Litmanovich y por Miguel Aguas, con quien ya compartiera proyecto en Violeta Vil. Hace dos años que los tres dieron cuenta de su despampanante empanada mental en No me quiero enamorar, un trabajo que ya predicaba la lisérgica mezcla de sabores estilísticos que utilizan de paleta para cada canción.
Si en aquel trabajo la confusión genérica y temporal era una constante, para este Corazón abierto han doblado, o triplicado, la apuesta. Música ye ye, krautrock, pop sesentero, country, trap… Imaginemos una deriva estilística, y seguro que se encuentra en la casilla de alguna de las canciones que conforman este mega Frankenstein del pop. Si a esto le añadimos su descaro para atreverse con una versión del Soy un macarra, de Ilegales o emulsiones pop cercanas a La Bien Querida, como en Amor o sexo, los resultados cobran una mayor dimensión, si cabe.
Por otro lado, encajar todos los retazos de diferentes sabores aquí aunados es de por sí toda una misión de la que Litmanovich se puede sentir bien orgulloso. Bajo su aguja de coser, todo queda hilado en un todo donde la absoluta falta de cohesión es la única manera posible de dar sentido al festín de colores propuesto.
Como último apunte, no cabe más que rogar que aventuras como ésta tengan eco en la trasnochada homogeneización reinante. Porque si el pop de hoy en día anda necesitado de valientes, Papaya es un ejemplo a seguir. Totalmente.