Revuelto en un saludable espíritu de superación y con los cuchillos afilados, Egon Soda presenta su nuevo trabajo El rojo y el negro. Un álbum que dará que hablar. Mucho.
Qué: Disco (Independiente)
Llegado a su cuarto LP, el grupo de Ricky Falkner se aventura a probar sabores funk en su receta rock. Uno templado en la tradición de la palabra: la cadena de enganche para unas canciones donde siempre planea el fantasma de ilustrados de la calle como Los Enemigos, 091 y demás grupos que traspasaron el sello de rock urbano para alcanzar un estatus de poetas rock que, salvando las distancias, el bajista y productor ha recogido para Egon Soda. Otra cosa es la gasolina activista con la que ha surtido cortes como Espíritu de la Transición y la literal Mi famoso gancho de izquierda.
Para los músicos que viven en Cataluña, no es fácil abstraerse de la situación actual, y así lo reflejan unas canciones preñadas de honestidad al cubo. Canciones a la que le han dado alas con marca Afghan Whigs, aunque destiladas en sorbos menos torrenciales, y sí más tostadas con temple y sabiduría. Porque si de algo anda sobrado Ricky es de experiencia. La misma que pueden hacer caer en la autocomplacencia o, en su caso, empujar a otear nuevos horizontes sin necesidad de despeñarse por el camino. Y a buena fe que lo ha vuelto a hacer, incluso más que en sus anteriores entregas. Ejemplo claro del típico artista nacido para transitar en los extremos de la cuerda que va de la devoción al odio. Lo de en medio, para los cobardes.