Tras varios amagos y aproximaciones, el cantautor zaragozano parece haber encontrado este año el ritmo adecuado para su maratón. Álex Elías pelea contra él mismo y, a tenor de lo volcado en este disco, parece llevar ventaja a los puntos en el veredicto de los jueces.
Qué: Disco (independiente)
Después de un porrón de años con Mr. Hyde, y de adjuntar ese apellido stevensoniano a su nombre, Alejandro se ha quedado con el Álex coloquial y ha recuperado su apellido, Elías, título de crédito para el genoma paterno de un Teruel que sí existe.
Con la banda se trabajó a lo Stajanov, alimentadas las ilusiones por cantos de sirena tempraneros que se vieron luego aplastados por el peso de todos esos factores que no se pueden controlar. Lo de ahora es un reinicio que va más allá de lo musical; Álex ha encontrado la pausa, el golpe de timón, tras años persiguiendo sueños.
Ahora, de una vez por todas, parece haber hecho música para sus entrañas; prima la asonancia, la calidez, los paisajes. En temas como la ya icónica Canción del Pirineo, Libre de ruidos o la madroñófila (por la compañía simbólica del oso madrileño) y hermosísima Velarde y Amaniel, que evoca sus recuerdos de esa esquina en la capital del reino, plantea una declaración de intenciones; la canción es lo primero, y lo que deja en el estómago, el premio.
Álex Elías tiene además la osadía de hacer suyo un tema inmortal, Under The Milky Way, de The Church, y sale airoso del reto cuando era sencillo darse un piñazo de órdago. Nunca es tarde para un cambio de rumbo, sea cual sea la meta elegida. O quizá la mejor idea es disfrutar del camino y poner la nieve al baño maría, sin pensar demasiado en la bandera a cuadros.