Ya en su octavo álbum, la banda zaragozana que más alegría nos ha dado en los que llevamos de siglo prosigue curando su ansiedad creativa a través de discos imposibles de caer en el olvido instantáneo del hype. Llega El don del vuelo sin el arte del aterrizaje, de Tachenko.
Qué: Disco (Limbo Starr)
Ya han pasado dos décadas desde que El Niño Gusano publicase el excelso El escarabajo más grande de Europa. Ante la imposibilidad de igualar un tratado pop de semejante halo mágico, una de la extensiones de la banda maña, Tachenko, decidió empañarse en power pop y melancolía chiltoniana. Pero el eco del pasado de algunos de sus miembros definía una realidad constante: sus mayores logros siempre provenían de sus genes gusaneros.
El paso del tiempo y los discos han ido marcando un viaje de encuentro de sus integrantes consigo mismos, lejos de su fabuloso pasado, que ha derivado en una realidad definitiva: las palabras «disco adulto» no siempre tienen que estar emparentadas con rastros de arrugas y surcos labrados en polvo y mohín. Ni mucho menos. La exuberancia azul de sus filigranas pop ha suplido la herencia fantástica del siempre añorado Sergio Algora por una sobriedad para nada reñida con la inspiración del giro aún no testado y la creación espontánea.
Solo así es posible que el grifo melódico siga siendo capaz de bañarnos con chutes pop como Justo y necesario, pero también con palabras de triste acolchado acústico, como en La pena capital. Ambos cortes definen los extremos sobre los que el resto del cancionero prosigue con la habitual seguridad de cada paso dado, de cada estrofa marinada en profuso lustre power pop otoñal.