Después de una espera de seis años, Mi Pequeña Muerte lanza un nuevo álbum. La banda argentina liderada por los hermanos Perla conserva su esencia pop y melodramática y le suma una cierta impronta post punk y una mayor pulcritud sonora en la producción.
Qué: Disco (Independiente)
Para muchos un secreto a voces, esta banda compuesta por los hermanos Julián y Germán Perla, Nicolás Merlino, Li Francucci y Sebastián Guth es una de las tantas surgidas después de la tragedia de la sala República Cromañón en 2004. Así, con El Mató a un Policía Motorizado a la cabeza, diversas propuestas musicales eclosionaron en la escena porteña y platense con nuevos sonidos ligados a la tradición del indie college norteamericano y al rock alternativo, poco explorado hasta el momento en una escena dominada por una vertiente del rock algo avejentada denominada «Rock Chabón» o rock barrial.
Mi Pequeña Muerte editó en 2012 su mejor disco, El triunfo de la paz, bajo el sello Laptra, emblema de la escena emergente. Luego vendrían años de pocas presentaciones en vivo como banda y muchas como el soporte de Rosario Bléfari, madrina del rock alternativo argentino y voz de la banda de culto Suárez. Ahora, en 2018, después de una larga espera, llegan nuevas canciones que retoman el imaginario poético creado por Julián Perla en melodías donde el rock-canción prevalece por sobre todas las cosas. A esto, se le suma un tratamiento sonoro notable en cuanto a la ingeniería y la producción, a cargo de Julián Perla (de larga trayectoria en dicho rol) y la propia banda.
El primer tema, La casa de todos, sorprende con ciertos destellos post punk en los arreglos de bajo, efectos de reverb en la guitarra y una impronta algo dark; un sonido alejado a lo hecho en discos anteriores. Julián Perla construye un imaginario de abismos y estrellas en letras con un fuerte componente de instrospección. Esto se profundiza en Primavera en Saigón con versos que directamente explicitan esta intención narrativa: «El viaje siempre es hacia adentro».
El pulso de la banda expone un cúmulo de influencias: la ya mencionada Bléfari, compositores como Adrián Cayetano Paoletti o Francisco Bochatón y contemporáneos de la escena de la ciudad de La Plata como Valentín y Los Volcanes, quizás sus primos hermanos sonoros. En Balas de plata vuelven a estallar esas baterías machacantes tan icónicas de una escena que caracterizó el rock alternativo de mediados de los dos mil en adelante, con epicentros en La Plata y en Buenos Aires. Hay poco lugar para la distorsión o la composición por capas y aparecen teclados y efectos sutiles que dejan a la canción casi despojada, con la voz al frente en un primer plano.
A la Victoria, una balada mid-tempo con una impronta costeña, es un claro ejemplo de esto. Julián Perla es un juglar posmoderno. Su fraseo, su cadencia y su preocupación por el cuidado de la lírica a la hora de cantar se aleja de la desprolijidad habitual del cantante de rock. Otra de sus características es un tono melodramático, algo que se manifiesta en La casa embrujada, de la mano de guitarras procesadas y una letra que enfatiza esta cuestión y da nombre al disco, con el desamor como telón de fondo: «No eras nada y ahora sos un recuerdo que nubla mis ojos, abandona la ciudad, alimentan los lobos».
En una entrevista al medio online ArteZeta, Julián Perla resume el concepto del disco: «Es un llamado a romper con las normas y los estereotipos que tenemos instalados, no a mirarse el ombligo. Nuestras compañeras y su lucha también fueron una fuente de inspiración, la voz del viento rebelde que transformaba las sombras en campos verdes. Un amoroso mar en medio de este frío neoliberal, oligarca e insensible, contra el que hay que luchar, pero con poesía e imaginación, empatía y algunas bombas molotov».