En el marco de la reciente Feria del Libro de Montevideo, Washed Tombs, la flamante novela de la uruguaya Mercedes Estramil se llevó el premio Bartolomé Hidalgo de Narrativa. Un momento feliz y extraño para un libro que se resiste a las caricias.
Qué: Libro (edita Hum)
Acaba de ganar el premio Bartolomé Hidalgo de Narrativa, agotó su primera edición en poco tiempo y la crítica no deja de celebrarla, pero Washed Tombs sigue crispada en el rincón: es una novela feroz y desopilante que parece resistirse a cualquier caricia. La mera sinopsis es imposible. La empresa Washed Tombs monta un Concurso Mortuorio Nacional donde, a través de sus médiums matriculados, los muertos presentan los escritos que no pudieron rubricar en vida. El marco son los márgenes de Montevideo y la narradora es la ex mujer del dueño. Así de cruel.
La voz es dura, pero mil veces más humana que cualquier librito de autoayuda: una mujer llena de ira, deseo y mero aburrimiento, capaz de poner en jaque las bondades de la maternidad y programar como ringtone para las llamadas de su ex una versión de Desprecio por la orquesta del compositor de tangos Francisco Canaro. Mercedes Estramil sondea las emociones más bajas y, con el móvil descargado como arma, esgrime su incorrección política. El humor, sin embargo, permite una empatía total. El lector se arrellana en su silla, feliz en su incomodidad.
Desesperada por poner en jaque a la empresa, la mujer se pasea por los barrios bajos con el coche importado que le prestaron los dueños de la casa señorial que cuida. «Cuando salgo esquivo el bulto de un durmiente y veo que el BMW tiene una multa enganchada en el parabrisas, tres mil pesos, y compruebo una vez más que no hay respeto para las clases dirigentes de este podrido país, porque realmente hay que ser muy ortiba para ponerle multa a un descapotable henchido de belleza –dice, en algún sitio. La bosta recién hecha de un caballo de Las Malvinas o algún otro asentamiento citadino reluce en el pavimento y la esquivo no para no salpicar las cubiertas sino porque me parece ver en ella el rostro de mi padre. Debo estar equivocada”.