El segundo disco de Rosalía la pone en la estratosfera (ni escafandra parece necesitar) y desata dos mecanismos muy españoles: la envidia y el paternalismo. Millones de Salieris, formados o no, piafan como caballos rabiosos ante el asomo de un embrujo mozartiano. Otros tantos millones musitan, felices, eso del tratrá.
Qué: Disco (Sony Music)
Digámoslo sin puntos, en manantial, así como hace Rosalía cuando juega sobre el dibujo de notas en el Telesketch que se marca El Guincho o se desnuda para hacer que su voz se meta a pelo por todos los poros desprovistos de antivirus, mujer chica y grande con mucho trote escénico para tan poca edad, ya masticó flores y curó alfilerazos, dama que no busca caballero andante porque sabe protegerse de los malvados, gigantona menuda que se pone a cantar y lo rompe todo, a lo jondo o culebreando en las líneas del pentagrama, saltando por los suelos de gres, prendiendo el firme hasta hacerlo magma, elfa que mira fijo y flojito, retadora, como quien dice «oye, dime tú, que dices que me he vendido y no me querías comprar, o quizá sí, que si te descuidas te hielo la sangre con un verso, que si no te llego no sé qué haces hablando de mí, porque voy y te canto y tú sabrás lo que haces con el cuento, que hoy me aplauden todos y mañana quizá unos pocos, que tengo donde volver porque la brújula me la regaló mi abuelo el marino», o así, porque cuando su duende de siete leguas se enrosca con las máquinas la tierra tiembla, y cuando es a pulmón la cosa, el vello se le eriza hasta a los pelones, incluso a quienes intentan disimular la emoción y hablan de purismos que nunca estuvieron en el tapete, la gente que no disfruta, que no juega, que no se sale del cuadrado, que sufre cuando al de al lado le brillan los ojos, porque para gustos los colores, pero encalar la piedra y esconder las aristas nunca fue una idea elegante y a Rosalía le sobra chulería para marcar el sendero con su propia tiza.
Dénle al play. A ver si sí. Si no, ná, pero si sí… uy.