Grabado en Los Ángeles con una decena de reconocidos sesionistas de la Costa Oeste, Cargar la suerte, el flamante disco de Andrés Calamaro viene a contramano: un clásico de rock old school en tiempos de feats y compresión para plataformas de streaming.
Qué: Disco (Universal)
No era necesario, pero se agradece. «Pido respeto señores –reclama el cantante, bien entrado su nuevo disco–, soy Diego Armando Canciones». Cargar la suerte, en ese sentido, agrega una piel a la galería de Andrés Calamaro: el crack sin falsa humildad, el compositor de rock clásico con chispazos queribles de vulgaridad y la inspiración viboreando en la palma de la lengua.
Parece curioso. Ahora, en el preciso momento en que vuelve a codearse con buena parte del underground cultural argentino (desde Los Espíritus hasta Shaman, pasando por los encuentros con el escritor Fabián Casas y su programa radial en La Patriada), edita un disco grabado en Los Ángeles con una decena de sesionistas prestigiosos de la Costa Oeste. Andrés, sin embargo, siempre fue un anfibio. Un artista expuesto en el prime-time pero casi un misántropo. Un heredero legítimo de las primeras carabelas del rock argentino pero un explorador de las mil tradiciones musicales. El mismo que en una de estas canciones pide perdón por su desconsideración social y en la siguiente reclama la aparición de los hijos y nietos robados durante la última dictadura argentina.
Grabado y producido bajo la tutela de Gustavo Borner, lo primero que sobresale de Cargar la suerte es su factura a contramano: una clásico old school en tiempos de feats y compresión para plataformas de streaming. En ese contexto, solo las guitarras acústicas de My mafia, los bronces de Falso LV o la zapada fantasma del final resultan un bálsamo para nuestros oídos saturados. La voz del cantante, en ese oasis de aire limpio, se abre paso sin machete: con la verba afilada agazapada detrás del traje a medida.