En su reciente álbum Nos vamos a morir de hacer estrategias de amor, la banda argentina Los Rusos Hijos de Puta reúne melodías punk con ritmos electrónicos y bailables que le cantan a las drogas, a la pasión desaforada y al amor propio.
Qué: Disco (Sony Music)
Dos jóvenes oriundos de Zárate, una localidad ubicada al norte de la provincia de Buenos Aires, chocaron con la fuerza de dos cometas atravesados por una pasión incendiaria por la música. Ya instalados en la ciudad de Buenos Aires, dieron forma a Los Rusos Hijos de Puta, banda con nombre políticamente incorrecto integrada por Lulu Berret (voz, guitarra, teclados), Julián Desbats (voz y guitarra), Santiago Mazzanti (bajo) y Flor Mazzone (batería).
Su propuesta combina un sonido crudo y punk con guitarras noise, capas de teclados pop y una lírica que se enfrenta a la policía o a los cánones de belleza imperantes desde el humor, la ironía o la crítica ácida. A ello se suma en este tercer trabajo un crecimiento sonoro, con ritmos como la cumbia o la electrónica colándose en las canciones, pero sin perder nunca su ineludible esencia: el desenfreno, el desparpajo y la liberación de los cuerpos.
Soy horrible explota su fibra punk, en un típico movimiento catártico de la banda. Es casi un vómito. Una letra que invita a ser uno mismo sin importar la mirada ajena. Hay un componente que busca interpelar al oyente intentando inocular un mensaje de amor propio, algo que viene de su disco anterior La rabia que sentimos es el amor que nos quitan (2016). Lo mismo ocurre en El sabor de lo nuevo, contaminado de blues en su estructura, o en Poca cosa, corte de difusión que posee un notable videoclip. Capilla del Monte sigue en la misma senda aunque plantea un imaginario post apocalíptico y paranormal desde su letra («algo va a bajar del cielo»), emparentándose con el sonido de El Mató a un Policía Motorizado del EP El día de los muertos editado en 2013.
Tanto Desbats como Berret se lucen en las voces por aspectos distintivos. El primero por su ductilidad –algo ya explorado en sus dos discos solistas– en temas como Porquería o la cumbia sónica con tintes de electropop Parawita. Lulu Berret, por su parte, aporta su experiencia en la lectura de poesía con el recitado de Insistencia, dotando a la canción de una cuota de distinción.
Quizás algunas canciones abusen de la fórmula rusa: una molotov compuesta de punk, guitarras al frente y métricas flexibles propias del rock alternativo. Sin embargo en temas como Cascada, con una estructura de sintes que avanza en escalas ascendentes y descendentes con efectos de reverb propios del space rock y arreglos vocales, es donde queda claro el potencial de este álbum.
Los Rusos, que en sus shows se besan, se mueven de un modo casi chamánico, se abrazan transpirados y se arrojan encima del público, profundizan su apuesta: exponer con orgullo su disconformidad para con lo socialmente establecido y darle un aliento rabioso a aquellos que sufran por la mirada de los otros. Como todo cambio sonoro en un grupo de rock, resuena un interrogante: ¿es este el fin o significa un nuevo comienzo? Con Los Rusos nunca se sabe. Aunque es posible imaginar que la irreverencia seguirá garantizada.