Anticipado por un single junto a Gustavo Santaolalla, el flamante disco del ecuatoriano Mateo Kingman es un encuentro ecuánime entre la tierra ancestral y el lecho cosmopolita del universo digital.
Qué: Disco (Aya Records)
Hola, Spotify. ¿Para cuándo los créditos de los discos? Husmear los sustantivos y los nombres propios sigue siendo fundamental. En la contraportada de Astro, sin ir más lejos, hay algunas pistas para desentrañar el enigma: synths design y ronroco; bombo tradicional, arpa y programaciones; un homenaje al venezolano Simón Díaz y una voz de trap; textos de García Lorca y un sub low bass. Si: el flamante disco del ecuatoriano Mateo Kingman es un encuentro ecuánime entre la tierra ancestral y el lecho cosmopolita del universo digital.
Grabadas mayormente en Quito bajo la producción de Ivis Flies y el propio Kingman, estas once canciones son un mundo en la célebre cáscara de nuez. Un cuerpo celeste sometido a reglas universales pero dueño de su propia autonomía. Así, Kingman dialoga con la obra de contemporáneos como Chancha Vía Circuito y su compatriota Nicola Cruz, pero orbita alrededor de intereses espirituales intransferibles. El arte gráfico (un trabajo de Pánico Estudio sobre un concepto de María Emilia Jaramillo y Kingman) subraya esa sensación.
Último aliento, el single en colaboración con Gustavo Santaolalla, es otra prueba. Una canción andina donde las voces quedan hipnotizadas mirando el cielo y se disuelven entre la conciencia universal y los haces de luz del lenguaje binario. «Antes de que me vaya quiero convertirme en calma, y en cada portal que abra dejar un pedazo de mi alma –dice la letra. Y cuando me vuelva eterno seré nada más que nada, pájaro de la quebrada, aliento del universo».